martes, 28 de agosto de 2007

Un solo dios no puede ser suficiente.

Creo en la naturaleza, la Pachamama, en la lluvia cuando augura buenas cosechas.

Creo en lo que creo refuerza mis creencias.

En los relámpagos y los truenos y ciertas situaciones de hiperbólica energía.

En el viento porque de él son todas las hojas.

En I ching, y solo a veces en el Fen shui, también creo en las brujas.

En la previsibilidad de los géneros, en alguna buena gente.

En cierta Madona añeja que no canta ni baila, ni sabe lo que es el Pop.

En las cosas simples, en lo que desconozco.

Confío en que si algo no es placentero no sirve.

Más que nada y sobre todo, creo en mi capacidad de encontrar cosas creativas en las cuales creer.

jueves, 23 de agosto de 2007

Descripciones.

El lugar del docente demanda mucha exposición, concentra la mirada de entre 20 y 40 alumnos.

Es imposible no observar. Destino la ultima hoja de cada cuaderno para analizar la manera de dar clases de cada docente. A lo largo de los años uno acumula.

Docente uno.

Hombre de 1.80 metros 45 años.

Remera color blanco (no blanco Ala), tipo camiseta escote en “V”, sobre piel blanca enfermiza.

Pantalón de vestir negro calzado a la cintura, al mejor estilo Van Damme (La tela del pantalón tiene un sutil brillo que contrasta con lo informal de la camiseta , Medias de toalla blanca que no pasaron el desafío Ace y zapatos tipo Caterpilar, marrones un poco deformados hacia los costados ya que soportan quince kilogramos de sobrepeso

El pantalón viene acompañado por su no respectivo saco.

El cabello lo lleva sutilmente largo, color negro ceniza, un poco grasiento casi sucio, de corte rebajado y con raya al medio (en un mes si no lo recorta parecerá Calculin), complementa con un 40 % de canas.

Utiliza anteojos de formato cuadrado, armazón grueso que sobresale bastante la cuenca de los ojos. El cristal de los lentes tiene una tonalidad verdosa haciendo que su mirada de perro pedigüeño luzca un tanto más vidriosa.

Su nariz es grande, ni afilada, ni ganchuda, solamente grande y los orificios acorde al tamaño de la nariz que los sostiene no “miran” al piso sino que te interpelan directamente. Sus labios y las comisuras de la boca están siempre mojados como quien no traga a tiempo ni bien la saliva.

Ríe con los labios apretados.

Posee una carterita de correa larga estilo años ´70, pero no de cuero sino del plástico con que se confeccionan riñoneras.

Al sentarse sobre el escritorio, la remera el cinturón y el celular se encallan entre los rollos de grasa. El poco espesor de la tela con que esta confeccionada la camiseta deja vislumbrar una panza aun más flácida que la de Homero Simpson.

No fuma.

Cuando le dirige la palabra a alguien no sostiene su mirada, sino que entorna los ojos como si se estuviera mirando la punta de la nariz o el piso, y luego cuando vuelve a mirar al frente su cara muestra que el cambio de foco llega, a veces tarde, porque parpadea dos o tres veces de más.

Su vos es grave, empalagosa, de locutor y le imprime una musicalidad no coloquial, deja silencios más que necesarios cuando piensa que su discurso tuvo un golpe de efecto, o cuando intenta un chiste. (Malo).

Intenta reírse de sí mismo y le sale mal, pone ejemplos demasiado personales y que siempre lo dejan bien parados, como cuando tuvo que explicarle a su hijo que los cardiólogos no eran los que curaban las penas del corazón.

Docente dos.

Hombre 1.70 metros 35 años.

Flaco, pero flaco que parece un poco consumido. De tez café con leche, mitad y mitad.

Se viste con ropa informal, jeans gastados con remera descolorida y campera color negro arratonado. Usa gorritas de béisbol, de visera larga que le tapa media cara cuando mira hacia abajo y filtra el volumen de su voz.

Llega y despliega sobre el escritorio dos carpetas del volumen de los biblioratos, con una veintena de pilas de papeles amarillentos, y hojas manuscritas manchadas de café. Nunca sonríe ni ríe.

Cuando mira a la clase inclina su cabeza hacia atrás levantando la pera. Esto le da un aire soberbio que intimida.

Habla bajo, monocorde, hace pausas demasiado largas para después hablar de corrido varios párrafos complejos como quien se los acuerda de memoria.

Antes de prender un cigarrillo, juega con el durante varios minutos. Cuando lo prende, se toma su tiempo, le da largas pitadas, parece disfrutarlo doblemente y luego de unos minutos continúa hablando. La ceniza siempre se le cae entre los papeles o la ropa.

Cuando un alumno intenta preguntar algo, parece que hubiera interrumpido el monologo de un sabio y siempre se ofende, parecería ser que pierde el hilo de sus pensamientos y tarda varios minutos de silencio para volver al estado monocorde inicial.

No solo no apaga el celular cuando da clase, sino que atiende y puede llegar a hablar varios minutos frente a la clase como si no hubiera 30 personas escuchando.

Le hemos escuchado decir cosas así: “Seee… acá estoy, dando clases…”

Con un tono de fastidio que incomoda.

Pero se enoja si suena otro celular.

Siempre se queja de lo cansado que esta, y cuando toma envión y habla de corrido parece sentirse como Platón frente a un auditorio emocionado.

Falta una clase cada dos. Y cuando vuelve mezcla los textos de tal manera que uno no sabe de quien dice que. Hace digresiones de 20 minutos para hablar de cosas periféricas que no aportan contenido.

Las clases las termina abruptamente entre 10 y 25 minutos antes de la hora de finalización. Las termina mentalmente agotado, luego de fumarse 5 cigarrillos, y de no haber dicho nada muy importante.

miércoles, 15 de agosto de 2007

"Una relación particular".

1.

Por las tres cuadras que rodean mi casa en toda dirección no pasan colectivos, no hay alcantarillas, y por supuesto cuando llueve se inunda.
Los vecinos sacan las sillas a la vereda y toman mate por la tarde. Los domingos se reproducen varias parrillas improvisadas en la calle. Creo que es el barrio con mas densidad de perros por habitante. Dato visible, audible, también olfatible. En una misma manzana, además de perros y gatos, habitan loros, cotorras, un mono y un pavo que no creo que llegue a la próxima Navidad.
A las 3 de la tarde es más fácil reparar un tanque de guerra que comprar manteca. Solo queda abierto todo tipo de taller mecánico, en pocas cuadras es posible hacerle un lifting al automóvil y dejarlo como nuevo, o como otro. Satisfacción garantizada.
Transitan por los alrededores joyitas en cuatro ruedas: un Unimok Daimler-Benz 1969 (se vende, a dos cuadras de la avenida, (¡con papeles al día!). Todavía circulan dos Estancieras IKA (Industrias Káiser Argentina S.A) reparadas a nuevo.
El mecánico de la esquina esta terminando de reparar un Dodge Coronado con repuestos originales y tan relucientes que resulta posible maquillarse usando el radiador de espejo.
2.
Hay paisajes urbanos que te detienen, te jaquean la mirada y por unos instantes sólo existe la sensación de que no existe nada más.
Para mi vieja son los viveros. Se queda absorta como si no hubiera visto un Potus en su vida. Hay personas que quedan atrapadas en vidrieras de zapaterías. Otras pueden pasarse horas admirando las herramientas de una ferretería.

Con mis hermanos solíamos aventurarnos a husmear en cuanto volquete encontrábamos. Era juego de niños, treparse y descubrir que había mas allá de ese horizonte.
MI viejo era capaz de parar el auto, bajarse y pispear dentro estuviera en ropa de trabajo o de elegante sport.
Desde entonces adoro mirar dentro de los volquetes, y me desilusiono cuando solo encuentro escombros.
En uno ubicado cerca de la avenida, descubrí un descolado mueble viejo que luego de dos semanas de restauración se descubrió como un escritorio de patas torneadas a mano como solo sabían los viejos ebanistas.
Encontré valijas que ahora custodian apuntes, carteras que cotizan en la bolsa de Palermo Soho.

3.
El sábado llegué de una reunión y desde la esquina vislumbré un volquete enfrente de mi casa. Estaba recién pintado de un azul cristalino que daba la impresión de estar limpio.
Una vecina estaba dentro sacando cajas. Un resorte se articuló en mi y ofrecí ayuda. Nos presentamos vagamente.

Apoyé cuidadosamente la cartera, me saque con dignidad y pulcritud el tapado como quien va a tirar la capa sobre el charco para que pase la reina.
Y empecé a recibir las cajas que Rosita, me pasaba.
Sacamos unas 18 cajas, pesadas, ordenadas, limpias, con un número borroso escrito en las tapas. Tenían un hilo que las cerraba y le dejaba un rulito para pasar la mano a modo de manija. En cada caja había por lo menos treinta. Estaban acomodados por tamaño, utilizando todo el espacio disponible, como un irregular Tetris.

Alguien había tirado libros. Eran las tres de la mañana, estábamos sentadas, abriendo cajas, leyendo los títulos, tratando de elegir, sabiéndonos un poco patéticas. Transcurrida media hora cinco vecinos tratábamos de dominar el caudal de sentimientos en medio de una sudestada. Una chica de las recién llegadas dijo: “yo estudio Letras”. Y le tocaron todos los clásicos. Rosita se llevó todas las revistas infantiles para sus hijos. Yo incapaz de elegir, agarré las cajas que me tocaron en el tácito sorteo, esperando no llevarme la colección de Corin Tellado en una y esoterismo y auto ayuda en la otra.
Todo terminó cuando apareció el marido de Rosita con un destartalado Rastrojero, cara de poco amigo y cargó todo lo restante.

El día siguiente, en el desayuno, empecé a unir datos, intuir pistas, atar cabos sueltos, divagar posibles conjeturas, en fin... rellenar el resto. Lo importante era inventar un relato amable para justificar semejante locura.
Según cuenta la hija de la panadera, se murió un señor que era librero en el Parque y que los de la inmobiliaria aconsejaron tirar “todo lo encontrado en la casa, pintar y vender”.

4.

En las horas siguientes encontré todo tipo de excusas para no deshacerme de libros que tienen alto grado de posibilidad de jamas ser leídos.
De los sesenta libros que logré entrar en casa, solo pude desprenderme de tres: uno de auto ayuda de la década de los 60, otro porque ya estaba cansada y no podía pensar mas, y el tercero todavía sostengo que fue un error separarlo de mí y de los otros libros donándolo a la biblioteca popular del barrio.
Pude distinguir, seleccionar, separar, clasificar, escoger y elegí no tirar.
No tiré por que al título lo conozco, o me suena, o sé de alguien que lo leyó; no tiré porque la editorial me parece seria, conocida o la escuché nombrar, o la encuadernación es buena; no tiré porque alguna palabra del título esta relacionada con algo que me gustaría hacer, aprender, saber, o simplemente por ninguna de las tres cosas anteriores. O porque me resulta extraño que no me interese para nada. O porque el prologo es de Asimov, o tiene un barquito en la tapa.
No tire un libro porque el año de edición me hacia recordar a un año muy reconocible históricamente.
No tiré un libro porque dije, este libro se terminó de imprimir el 1° de diciembre de 1952, año en que el General presentaba el segundo plan quinquenal, otro el 30 de Julio de 1930, año en que Uruguay salía campeón mundial de fútbol. Esos libros era un objeto de otra época, y me hablaban de ella.

De la interesante distinción entre libros “nuevos”, “viejos”, “usados”, y “que pertenecieron a alguien”, la mayoría de los libros, son “usados” y “viejos”. Algunos muy viejos. Hay una edición de 1917, encuadernada cocida a mano con hilos especiales.
Un ejemplar en la primer página informa:
“De esta obra se han impreso TREINTA ejemplares, fuera de comercio sobre papel de hilo MILIANI DE FABRIANO numerados de I a XXX, y dos mil en papel de hilo ”ROMA” numerados del 1 al 60 y cinco mil en papel Berger que constituye la segunda edición. Cinco mil ejemplares en papel pluma Vergé especial de 40 kilos que constituyen esta tercera edición ”
Se imaginaran no podía desprenderme de un libro que parecía estar hecho con tanto amor.

5.

Hay muchas relaciones posibles entre humanos y libros: algunas son problemáticas, otras risibles o causales de divorcio.
Hay quien escribe en los márgenes de los libros, haciéndole un homenaje a Poe, y hay quien lo considera un sacrilegio; hay quienes aceptan hacerlo en lápiz, pero sostienen que hacerlo en lapicera es digno de la hoguera. Hay quienes prestan, regalan, ofrecen, recomiendan, devuelven y quienes no.
Yo, con los libros mantengo una relación sedienta.
Los libros me pueden: los que leo, los que puedo comprar, los que regalo y luego de un tiempo prudencial pido prestados, los que le robo a mi hermana, los que me hago regalar, los que no regalo e igualmente pido prestados. Todos me producen voracidad. Hasta los que devuelvo.

Hay quienes la economía no les permite ser aficionada a grandes colecciones. Y que durante alguna semana comen arroz por llevar a casa un hallazgo húmedo de librería de viejos. Soy de la mediocre categoría de los que también, sino queda otra, fotocopian. Pero eso sí, toda fotocopia es leída.

6.

Es indescriptible la sensación de rescate que produce el aferrar y eventualmente leer un libro olvidado ya sea en una biblioteca privada, publica, dentro de un volquete o en la Biblioteca Azul, el sótano, el cofre de la abuela.
En esas cuadras que rodean mi casa, cada volquete es un caballo de Troyes.

martes, 14 de agosto de 2007

“Sed de océano”.

“He navegado por bibliotecas y océanos”
Herman Melville. Moby Dick.

“Una carta náutica es mucho más que un instrumento
indispensable para ir de un sitio a otro;
es un grabado, una pagina de historia,
a veces una novela de aventuras”.
Jacques Dupuet. Marino.



Recuerdo que lo compré por ocho pesos, en Chacarita exactamente en Forest 453.
Era un húmedo noviembre, el día anterior había llovido y las calles tardaban en secarse. Si la memoria no me falla, parecía una Biblia, por la tapa de cuero, los ribetes dorados, casi barrocos y las hojas de una suavidad casi religiosa. Tal vez, para mí, aun lo es.

A través de sus quinientas treinta y siete páginas, sin contar el índice final, descubrí, como en una revelación, el misterio, la poderosa razón que me hacía buscar desesperadamente una salida ante el suelo engañosamente sólido bajo los pies y el aire desprovisto de sal.
Lo empecé a leer en la destemplada cuchitril que alquilaba en la calle Casafoust, bajo las mantas.
La pieza era oscura, pequeña, un tanto incomoda, pero, secretamente era como aquella celda del monasterio San Michelle di Murano en que habitaba el fraile Ruggero da Otranto.Una alcoba, fría y mal iluminada.

Nunca salió de Venecia, estaba recluido allí por decisión propia. Sin embargo, dibujó el mapa más completo del Renacimiento tardío, su época. Albergaba la esperanza de que pudiese ser un mapa definitivo del mundo. Le bastaban los relatos de marineros, mercaderes, viajeros, investigadores, maestros, funcionarios y misioneros que llegaban desde puertos inaccesibles, solitarios. Sus oídos fueron los ojos más precisos, recorrió cada centímetro del globo sin salir jamás, físicamente, de ese diminuto espacio que constituía su mundo, desde donde construía el universo de relieves, ausencias y monstruos marinos. No fue un loco iluminado ni un visionario ilustrado, sólo fue un hombre que admiraba a Ptolomeo, con la poderosa capacidad, simplemente de saber escuchar.

Nunca sabré si Melville, supo de mi existencia y entonces escribió ese libro de ballenas blancas y hombres que se saben locos, o si fue al revés. Lo cierto es que luego de leerlo, supe que ya había cruzado el Cabo de Hornos, era amiga de Queequeg y que me habían rescatado los del errante “Raquel”.
Después, y siempre gracias a él, navegué por Malasia, atravesé un huracán junto al capitán Mac Whir, el más callado de la historia. ¡Cómo contarles del escocés Sigur Raufoss, el capitán que como todos los de su nacionalidad carecían de la arrogancia de sus pares ingleses y los superaba en competencia profesional! No se fiaba de los prácticos sin canas en el pelo, era capaz de meter su barco por el ojo de una aguja y nunca estaba sobrio amarrado ni ebrio navegando.

Fui Jim Hawkins, luego Ishmael, durante un tiempo creí ser Lord Jim. Tuve mi periodo Stevenson, una etapa London y también navegué a bordo de las naves cóncavas troyanas. Me embarqué con los espectros de Hope Hodgson, con la escoria peligrosa de los puertos, con piratas, héroes, lo peor de cada casa, prostibulo y taberna, próceres y corsarios, con el Rojo el Verde y por supuesto con el Corsario Negro. Vengué la traición de Flandes. Me oculté con Pym. Preferí Salgari a Verne, siempre.
Con Fray Mocho en los mares del sur navegamos de mar en mar, sin distinción de banderas, porque el marinero no tiene más patria que el barco que pisa.
Conviví con Vientos de fuerza once en las costas de China, junto al Conde de Kau. Enfrentamos paredes de agua gris espumosa y marineros aullando de miedo, amarrados a sus literas. La radio saturada de may days de otros barcos en apuros. Algunos hombres con la cabeza bien puesta achicando agua de las bodegas con el combustible llegándole a las rodillas para ganar autonomía, sintiendo el casco crujir con cada embate de las olas. Marineros tratando de salvar el barco y con él sus vidas, buscando espacios entre las olas inmensas para virar cuando el barco ya no aguanta más de proa.

Sé que estuve allí. Mi memoria no puede engañarme tanto. Tal vez, me encuentre más cerca del Ruggero y menos de Achab, sin embargo, miré todo lo que vi, porque lo quise ver. Y me gustó.
Sé que en alguna época de su vida, todos los hombres han tenido, la misma sed de océano que yo.