viernes, 19 de octubre de 2007

"Mi nombre es todo lo que tengo".


Soy sensible.

Tengo los ojos sensibles a la luz, uso anteojos oscuros todo el año. Los días nublados son los peores porque la superficie que refleja luz es mayor.

Tengo los dientes sensibles, solo puedo usar un dentífrico de 16$ el tubo.

La piel sensible hace que me ponga colorada en septiembre y sufra quemaduras de tercer grado en enero si no uso protección solar número 40 como mínimo.

Mis rodillas y muñecas son sensibles a la humedad después de varios años de deportes y caídas de patines.

Mi manera de estar en el mundo es sensible a la luna, no hay día que este igual al otro. Ni ella, ni yo.

Peco de desequilibrio patológico con un alto grado de posibilidad de internación.

La luna regula las mareas, y si somos casi un 80% agua, a mi me puede

1 “El lado oscuro de la luna: Dan ganas de balearse en un rincón".

Hay una semana al mes que soy hiper sensible. Solo puedo ver películas infantiles, o comedias románticas, escuchar solo Mambrú, y más que el salto del ropero, prefiero dormir cucharita. Mi sábado ideal, consiste en cenar en la cama con un buen vino tinto, hacer zapping y observar tres programas a la vez.

Siento que el mundo me trata mal, y que la vida cuesta demasiado. En contraposición con “El padrino”, todo es personal. Soy rompible, y me siento hinchada y gorda.

Lloro como solo Girondo podía detallar. Recién tomo conciencia de mi estado cuando leo el Clarín y lloro. Y lloro desconsoladamente, en cualquier entorno en el que me encuentre. A veces hasta hago papelones.

La última vez no hizo falta leer el matutino, estaba el colectivo y una avispa estaba golpeándose contra la ventanilla, una y otra vez, lo volvía a intentar... y otra vez... en un acto de locura y ante la mirada atónita de los pasajeros (plena temporada invernal) abrí la ventana.

El infortunado insecto tardó varios golpes más en encontrar la salida, hasta que finalmente logró emerger al aire libre. A esta altura de los acontecimientos, estaba lagrimeando. Cuando la vi volar hacia el mas allá, la sospeché perdida, desorientada Un llanto me atravesó la garganta y casi convulsiono al intentar reprimirme. Baje a la parada siguiente y camine las 15 cuadras que faltaban. Llorando, claro.

No me gusta que me hagan esperar, tengo un grado de tolerancia cero. Me superan las exigencias, las pretensiones y estoy inhabilitada para traducir reclamos.

Mi autoestima oscila entre el tobillo y la rodilla. Me camuflo, me vuelvo hermética y quebrantable. Los ruidos fuertes me nublan el raciocinio y emerge una Floresta violenta. Los sonidos agudos me acribillan el alma.

2 “La alegría no es solo brasilera”.

En la semana siguiente me invade una sensación de alegría inexplicable, de optimismo, de energía y fortaleza que me hace sentir una mujer valiente. Soy la sociabilidad encarnada en una persona, siempre primereo con una sonrisa, soy extrovertida y casi siempre meto la pata por exceso de buena onda. Tengo un alegre sentido de la inoportunidad.

El sexo me gusta impredecible, volátil, fluyo fácilmente, soy dócil. Bajo los dos kilos aumentados, y soy más arriesgada en la forma de vestirme.

El fin de semana perfecto implica amigos, cena, baile y show.

Las esperas son siempre agradables, apacibles, un tiempo regalado e impredecible.

Mi autoestima vuela por el aire y puedo escuchar Portished sin desconsolarme y disfrutar Van Der Graff sin volverme loca. Aunque sigo prefiriendo Ska talites para colgar la ropa.

3 “Ter saudade até que é bom”.

La semana siguiente, me vuelvo más reflexiva, atenta, profunda.

Puedo ver algún drama que no termine muy mal, me banco un libro grave, y consigo escuchar la banda sonora del film “Con animo de amar” sin problema.

Escucho y observo a la gente, participo socialmente en un tranquilizador segundo plano, la tolerancia disminuye pero no a niveles críticos. No tolero la queja gratuita, ni hablar de enfermedades. Me vienen de maravilla las cenas con amigos clásicos con dosis de intelectualidad chabacana y si hay baile hago catarsis, pero la danza suele ser más hermética que parte de una ceremonia social.

Aumento indefectiblemente un kilo. El sexo me gusta amigable, empatado, lleno de palabras bonitas. No encuentro satisfacción sexual comparable a la de producir satisfacción sexual.

Las esperas son digeribles. Comienzo a usar ropa más suelta, y soy feliz de prestar la oreja y el hombro.

4 "La caída".

La cuarta semana comienza a decaer paulatina y constantemente todo residuo de optimismo y reflexión, me vuelvo melancólica y levemente apenada. Me empiezo a distanciar subjetivamente del mundo El desconsuelo se presenta como opción y aunque me resisto, gana espacio inexorablemente. Comienzo a funcionar a regañadientes

Mi autoestima comienza a disminuir.

Subo indefectiblemente otro kilo. Y ya van dos… odio la ropa apretada, y a veces luzco como un homeless de película.

Disminuye la capacidad de negociación. Mi autoestima adquiere la velocidad de un empujón en bajada.

Averiguo inconscientemente que dan en el cine “Los Ángeles” y en el “Electric”.

Leo solo libros de aventuras, o alguna historieta de dudosa calidad. Mi coraje adopta la consistencia de una galletita de agua.

Me siento inepta para afrontar ciertos transes. La sensación de tener una gargantilla de adoquines alrededor del cuello se consolida en mi mente, e irremediablemente me siento zozobrar.

Las críticas llegan como una estocada. Y no me suelo exponer a ninguna, si llega gratuitamente, me defiendo con uñas y dientes como si en ello se me fuera la vida.

Puedo bailar solitaria en casa y sentirme Madonna por segundos, Alex Owens por minutos y una pobre mortal por horas. Otra opción es ponerme el MP4 y recorrer librerías en Avenida Corrientes rezándole a algún dios no tropezarme con nadie conocido.

Por fortuna es movimiento es cíclico, y percatándome, amortiguo en los descensos y en las caídas libres me hago un colchón de amigos incondicionales que me conocen de tiempos mejores.