1.
Por las tres cuadras que rodean mi casa en toda dirección no pasan colectivos, no hay alcantarillas, y por supuesto cuando llueve se inunda.
Los vecinos sacan las sillas a la vereda y toman mate por la tarde. Los domingos se reproducen varias parrillas improvisadas en la calle. Creo que es el barrio con mas densidad de perros por habitante. Dato visible, audible, también olfatible. En una misma manzana, además de perros y gatos, habitan loros, cotorras, un mono y un pavo que no creo que llegue a la próxima Navidad.
A las 3 de la tarde es más fácil reparar un tanque de guerra que comprar manteca. Solo queda abierto todo tipo de taller mecánico, en pocas cuadras es posible hacerle un lifting al automóvil y dejarlo como nuevo, o como otro. Satisfacción garantizada.
Transitan por los alrededores joyitas en cuatro ruedas: un Unimok Daimler-Benz 1969 (se vende, a dos cuadras de la avenida, (¡con papeles al día!). Todavía circulan dos Estancieras IKA (Industrias Káiser Argentina S.A) reparadas a nuevo.
El mecánico de la esquina esta terminando de reparar un Dodge Coronado con repuestos originales y tan relucientes que resulta posible maquillarse usando el radiador de espejo.
2.
Hay paisajes urbanos que te detienen, te jaquean la mirada y por unos instantes sólo existe la sensación de que no existe nada más.
Para mi vieja son los viveros. Se queda absorta como si no hubiera visto un Potus en su vida. Hay personas que quedan atrapadas en vidrieras de zapaterías. Otras pueden pasarse horas admirando las herramientas de una ferretería.
Con mis hermanos solíamos aventurarnos a husmear en cuanto volquete encontrábamos. Era juego de niños, treparse y descubrir que había mas allá de ese horizonte.
MI viejo era capaz de parar el auto, bajarse y pispear dentro estuviera en ropa de trabajo o de elegante sport.
Desde entonces adoro mirar dentro de los volquetes, y me desilusiono cuando solo encuentro escombros.
En uno ubicado cerca de la avenida, descubrí un descolado mueble viejo que luego de dos semanas de restauración se descubrió como un escritorio de patas torneadas a mano como solo sabían los viejos ebanistas.
Encontré valijas que ahora custodian apuntes, carteras que cotizan en la bolsa de Palermo Soho.
3.
El sábado llegué de una reunión y desde la esquina vislumbré un volquete enfrente de mi casa. Estaba recién pintado de un azul cristalino que daba la impresión de estar limpio.
Una vecina estaba dentro sacando cajas. Un resorte se articuló en mi y ofrecí ayuda. Nos presentamos vagamente.
Apoyé cuidadosamente la cartera, me saque con dignidad y pulcritud el tapado como quien va a tirar la capa sobre el charco para que pase la reina.
Y empecé a recibir las cajas que Rosita, me pasaba.
Sacamos unas 18 cajas, pesadas, ordenadas, limpias, con un número borroso escrito en las tapas. Tenían un hilo que las cerraba y le dejaba un rulito para pasar la mano a modo de manija. En cada caja había por lo menos treinta. Estaban acomodados por tamaño, utilizando todo el espacio disponible, como un irregular Tetris.
Alguien había tirado libros. Eran las tres de la mañana, estábamos sentadas, abriendo cajas, leyendo los títulos, tratando de elegir, sabiéndonos un poco patéticas. Transcurrida media hora cinco vecinos tratábamos de dominar el caudal de sentimientos en medio de una sudestada. Una chica de las recién llegadas dijo: “yo estudio Letras”. Y le tocaron todos los clásicos. Rosita se llevó todas las revistas infantiles para sus hijos. Yo incapaz de elegir, agarré las cajas que me tocaron en el tácito sorteo, esperando no llevarme la colección de Corin Tellado en una y esoterismo y auto ayuda en la otra.
Todo terminó cuando apareció el marido de Rosita con un destartalado Rastrojero, cara de poco amigo y cargó todo lo restante.
El día siguiente, en el desayuno, empecé a unir datos, intuir pistas, atar cabos sueltos, divagar posibles conjeturas, en fin... rellenar el resto. Lo importante era inventar un relato amable para justificar semejante locura.
Según cuenta la hija de la panadera, se murió un señor que era librero en el Parque y que los de la inmobiliaria aconsejaron tirar “todo lo encontrado en la casa, pintar y vender”.
4.
En las horas siguientes encontré todo tipo de excusas para no deshacerme de libros que tienen alto grado de posibilidad de jamas ser leídos.
De los sesenta libros que logré entrar en casa, solo pude desprenderme de tres: uno de auto ayuda de la década de los 60, otro porque ya estaba cansada y no podía pensar mas, y el tercero todavía sostengo que fue un error separarlo de mí y de los otros libros donándolo a la biblioteca popular del barrio.
Pude distinguir, seleccionar, separar, clasificar, escoger y elegí no tirar.
No tiré por que al título lo conozco, o me suena, o sé de alguien que lo leyó; no tiré porque la editorial me parece seria, conocida o la escuché nombrar, o la encuadernación es buena; no tiré porque alguna palabra del título esta relacionada con algo que me gustaría hacer, aprender, saber, o simplemente por ninguna de las tres cosas anteriores. O porque me resulta extraño que no me interese para nada. O porque el prologo es de Asimov, o tiene un barquito en la tapa.
No tire un libro porque el año de edición me hacia recordar a un año muy reconocible históricamente.
No tiré un libro porque dije, este libro se terminó de imprimir el 1° de diciembre de 1952, año en que el General presentaba el segundo plan quinquenal, otro el 30 de Julio de 1930, año en que Uruguay salía campeón mundial de fútbol. Esos libros era un objeto de otra época, y me hablaban de ella.
De la interesante distinción entre libros “nuevos”, “viejos”, “usados”, y “que pertenecieron a alguien”, la mayoría de los libros, son “usados” y “viejos”. Algunos muy viejos. Hay una edición de 1917, encuadernada cocida a mano con hilos especiales.
Un ejemplar en la primer página informa:
“De esta obra se han impreso TREINTA ejemplares, fuera de comercio sobre papel de hilo MILIANI DE FABRIANO numerados de I a XXX, y dos mil en papel de hilo ”ROMA” numerados del 1 al 60 y cinco mil en papel Berger que constituye la segunda edición. Cinco mil ejemplares en papel pluma Vergé especial de 40 kilos que constituyen esta tercera edición ”
Se imaginaran no podía desprenderme de un libro que parecía estar hecho con tanto amor.
5.
Hay muchas relaciones posibles entre humanos y libros: algunas son problemáticas, otras risibles o causales de divorcio.
Hay quien escribe en los márgenes de los libros, haciéndole un homenaje a Poe, y hay quien lo considera un sacrilegio; hay quienes aceptan hacerlo en lápiz, pero sostienen que hacerlo en lapicera es digno de la hoguera. Hay quienes prestan, regalan, ofrecen, recomiendan, devuelven y quienes no.
Yo, con los libros mantengo una relación sedienta.
Los libros me pueden: los que leo, los que puedo comprar, los que regalo y luego de un tiempo prudencial pido prestados, los que le robo a mi hermana, los que me hago regalar, los que no regalo e igualmente pido prestados. Todos me producen voracidad. Hasta los que devuelvo.
Hay quienes la economía no les permite ser aficionada a grandes colecciones. Y que durante alguna semana comen arroz por llevar a casa un hallazgo húmedo de librería de viejos. Soy de la mediocre categoría de los que también, sino queda otra, fotocopian. Pero eso sí, toda fotocopia es leída.
6.
Es indescriptible la sensación de rescate que produce el aferrar y eventualmente leer un libro olvidado ya sea en una biblioteca privada, publica, dentro de un volquete o en la Biblioteca Azul, el sótano, el cofre de la abuela.
En esas cuadras que rodean mi casa, cada volquete es un caballo de Troyes.